En los últimos años la terapia se ha popularizado muchísimo. Cada vez más personas acuden a un espacio terapéutico en busca de ayuda profesional y cada vez lo hacemos por problemas más diversos.
¿Es que estamos cada vez peor?, ¿es que nos hemos vuelto hipersensibles?, ¿qué nos está pasando?
Aunque este cambio viene históricamente de lejos y hunde muy probablemente sus raíces en el auge del psicoanálisis europeo del siglo XX, otros eventos históricos y culturales como la pandemia del COVID-19 y la explosión del uso de internet y redes sociales nos han catapultado hasta este momento.
Actualmente parece que tenemos claras al menos dos cosas: que estamos mal y que queremos dejar de estarlo. También parece que cada vez más personas desean explorar el contexto terapéutico para buscar soluciones a ese malestar.
En los últimos años, este proceso también ha generado cambios en cómo la psicología concibe el proceso terapéutico y la profesión. Ahora que llegamos a muchas más personas y por tanto, también a personas mucho más diferentes, tenemos que replantearnos cuáles de nuestros viejos planteamientos siguen siendo válidos y cuáles no. Y de hecho, la mayor parte de los terapeutas estamos en constante aprendizaje, formación y en un proceso terapéutico personal.
¿Y por qué funciona la terapia?
La terapia es una oportunidad que nos damos a nosotros mismos de mejorar, y depositar esa confianza en nuestra propia capacidad, es una herramienta potente. A su vez, nos permite hacerlo acompañados de alguien que basa su guía en herramientas con la mayor validez científica posible.
La terapia permite un espacio de reflexión, de construcción de herramientas y de acompañamiento, que nos permite afrontar situaciones diversas. Evidentemente no es el único espacio que puede posibilitar estos objetivos ¡y, de hecho no te sorprendas si además de venir a terapia, te animamos a que te apuntes a un deporte de equipo o a un club de lectura! Pero desde luego, es un espacio privilegiado en el que poder hacerlo.
¿Cuándo y por qué ir a terapia?
Una de las grandes conquistas de la popularización de la psicología y la terapia es desnormalizar el estar mal. Si tardáramos en ir al médico lo que tardamos en tomar la decisión de ir a terapia, cuantísimas personas habrían muerto de una apendicitis. Poder dar un lugar a nuestro malestar y atenderlo con la importancia que se merece no nos hace débiles ni hipersensibles. Poder mirar lo que nos está ocurriendo y ocuparnos de ello supone un acto de valentía.
Si el estrés se sostiene, si tenemos dificultades para comunicarnos o si estamos en un momento vital especialmente complicado, pueden ser algunos de los muchos motivos por los que tiene sentido acudir a terapia.
Sin embargo la terapia no lo soluciona todo. Muchos de los problemas que nos aquejan o nos encontramos en terapia, escapan al espacio de la consulta. Algunos problemas son sociales, estructurales y algunos dolores son inevitables. Por eso, el objetivo de la terapia no siempre es solucionar lo que nos está ocurriendo, sino enseñarnos a relacionarnos mejor con lo que nos está pasando.
Aún así, evidentemente no todo el mundo tiene que ir a terapia, ni todo el tiempo. Pero si lleva un tiempo rondando tu cabeza, te mereces poder darte esta oportunidad.
¿Y qué hago con todos mis miedos?
¿Cómo sé si voy a poder encajar con mi terapeuta?, ¿en qué va a consistir el proceso?, ¿cómo voy a saber si estoy mejorando?, ¿qué cosas de mi que no conozco se van a abrir?, ¿y si me da miedo cambiar?…
Experimentar miedo o nerviosismo antes de comenzar o retomar un espacio terapéutico, es normal. Los pasos importantes en nuestra vida ponen así a nuestra cabeza y cuerpo a pensar. No hace falta que puedas resolver todas estas dudas o preocupaciones antes de venir al espacio, quizás las mismas preocupaciones pueden ser objetivo de tu espacio. Poco a poco te irás acostumbrando a traernos más preguntas que respuestas y a confiar en el proceso.
En Pons Psicología, podemos ayudarte.