Autoexigencia y maternidad

«Hace tiempo que no tengo tiempo para mi.»

«Es lo más maravilloso y lo más difícil que me ha pasado.»

«Estoy para los demás, pero no estoy para mí misma. No sé dónde estoy yo.»

«Me siento más fuerte.»

«No sabía que era capaz de tanto.»

Éstas son algunas frases que he dicho como madre, y que me han contado la mayoría de madres que conozco.


Nace un hijo. Y nace una madre. Y al nacer como madre, se abren cosas que no recordábamos que estaban ahí agazapadas, esperando su turno.

Hoy me he visto los ojos al enviarle un video a una amiga, y me ha entrado el cansancio de golpe al verme. Hace cuatro años tenía la mirada más fresca, los ojos muy abiertos, y la mente más ágil. Probablemente puntuaría más alto en un test de inteligencia.

Hace cuatro años tenía tres hijas menos, planes con amigas, tiempo para hacer deporte y hasta para ver alguna serie sin mirar el reloj.

Soy la misma. Soy más grande. Soy más completa. Y estoy, a ratos, tremendamente cansada. Diría que con más felicidad eudaimónica, (sentido vital, trascendencia) pero con muy poquita felicidad hedónica (fuentes de placer instantáneo). Ser madre es la maravilla más agotadora que he experimentado. Te lleva a visitar tus oscuros, los momentos más difíciles, aquellos en los que te cuestionas todo, TODO.

Formo parte de esa generación en la que se educaba a las niñas en ser responsables, incluso de las emociones de los otros, en desear poco y proyectar mucho, ser cuidadosa, intentar equivocarse lo menos posible y en vez de disfrutar del camino, esforzarse siempre un poco más, por si acaso. Unos buenos ingredientes para manejarse cómodamente en una autoexigencia igual de funcional que insana.

Y entonces, una vez pasada una adolescencia con menos rebeldías de las recomendables, los ensayo y error de la universidad, y los atrevimientos y pies firmes de los primeros años de edad adulta en pleno derecho, entonces, me hice madre. Con ese paso, me puse de golpe trajes de los que había renegado y prometido no utilizar. Principalmente, las pesadas chaquetas de la culpa, la autoexigencia excesiva y el estado de alerta sostenido.

Tener seres frágiles entre tus manos, justifica el estado de alerta con creces, pero es de los estados menos placenteros que he visitado en la última década. Y, en realidad, pasada la primera época de riesgo de los bebés, utilidad tampoco tiene.

La culpa, qué aburrimiento. Y qué regustillo da, cuando te cuestionas y, entonces por un rato, te sientes “buena madre” y luego en carencia otra vez.

La autoexigencia. Siempre más. Siempre chequeando hacerlo bien. Limar defectos. Repreguntarse ante los temblores. Pararse en el sofá no está en el plan. El sofá tiene pinchos, hasta que, extenuada, caes de una pieza para, gracias al exceso, descansar.

¿Cómo funciona la autoexigencia en la maternidad? Veamos tres tipos de ingredientes:

Ingredientes de origen, de nuestra historia: 

La manera en la que nosotras mismas hemos sido cuidadas es determinante para entender cómo creamos nuestra identidad y somos capaces de cuidar más adelante. Por ejemplo, si de pequeña era vista y valorada cuando me decían “qué buena eres, qué responsable”, ¿cómo voy a dejar de intentarlo ahora?

Asimismo, heredamos miedos. En nuestra historia de aprendizaje temprano, si nuestros progenitores nos veían de manera valiente, lo seremos. Si nos miraban con culpabilidad de no darnos suficiente, nos enredaremos en esa dinámica también con nuestros pequeños.

Si hemos tenido grandes carencias o heriditas de infancia, es probable que en el presente estemos intentando remediarlos para no volver a sentir ese dolor. Si tenemos poca conciencia sobre cómo eso nos llevó a generar estrategias defensivas para sobrellevar las dificultades, pueden afectarnos negativamente en el presente, haciéndonos menos libres, poniendo en marcha nuestros recursos de supervivencia y defensa, más que otros recursos libremente elegidos que nos completen.

Ingredientes de la situación en sí:

De un día para otro aparece un ser que depende 100% de ti. Lo que antes era controlable ya no lo es.  

Nacemos dependientes, instintivamente programados para generar una relación de apego con el cuidador principal. ¡Qué responsabilidad!

La sobreinformación nos exige más. Vemos en nuestras redes sociales perfiles relacionados con la crianza, chequeando si cumplimos el modelo. La infra-información genera negligencias. ni tanto ni tan poco. detectar nuestros mecanismos automáticos, hacernos conscientes y elegir qué nos falta entrenar para vivir la crianza con una dosis más de disfrute, seguridad.

El aprendizaje humano funciona por condicionamiento y se mantiene por consecuencias a corto y largo plazo. La incertidumbre y fragilidad de las situaciones de maternidad genera de manera natural malestar, inquietud, miedo. Para intentar gestionarlo, utilizo herramientas como analizar, chequear, repensar, anticiparme, hacer más, siempre un poquito más. Con estas estrategias, percibo alivio a corto plazo, trampa de control, “si me preocupo, creo que me ocupo”. Pero con ello, pasado el rato, en el medio y largo plazo, obtengo menor disfrute, menor sensación de fortaleza y dominio de la situación y, por ende, menos papeletas para ofrecer un apego seguro a esos pequeños

Ingredientes sociales:

En nuestra sociedad actual tendemos a tener hijos ya mayores, después de dedicar gran esfuerzo a nuestro desarrollo formativo y profesional. Incluimos el objetivo de la maternidad como algo más que hacer excelente, con nota. Proyectamos que queremos darles lo mejor, lo que tuvimos y lo que no tuvimos, de reparar las carencias y de, además, disfrutar de ello y sonreír en la foto.

¿Vosotras también tenéis vidas que van rápido, sin descanso? el ritmo de maternar es cansado. ¿Y cuándo paras?

Con todo esto, ¿qué está en nuestras manos y qué no?

Es inherente a la vivencia de maternar: 

Que sea una experiencia intensa, cansada y a veces de demanda alta, por encima de mis capacidades físicas y mentales de ese momento. 

Tener dudas, equivocarme, sentir inseguridad.

Sin embargo, es gestionable, con apoyo social, de amigas o acompañamiento terapéutico:

Al vivir emociones complicadas, aprender a sostenerlas sin que me derrumben.

Detectar mis carencias y qué estoy proyectando en los pequeños, para cubrir mis necesidades desde la adulta y solo trasladarles aquello que sí es suyo. 

Garantizarme espacios propios, aunque sean pequeños o cortitos, para volver a casa más fresca, con capacidad renovada para maternar.

Y, con estas herramientas, crecer como madre, como mujer. Mirarme al tiempo en ese mismo video y ver, que sí hay arrugas y ojeras, pero que hay orgullo, fortaleza, coherencia y un gran crecimiento interno.

Para esto, destacaría como dice en su libro Carolina del Olmo, “¿Dónde está mi tribu?

 

Y tú, ¿has estado ahí? Nos gustará mucho que nos cuentes cómo lo estás viviendo.