Con frecuencia nos solemos preguntar cómo gestionar emociones que nos generan inquietudes o sensaciones corporales desagradables o un conflicto interno como puede ser la rabia o la tristeza. ¿Por qué me siento así? ¿Qué puedo hacer con esta sensación? Algo que sin embargo, no ocurre con otras emociones que relacionamos con alegría, calma, cariño, etc.
Como hemos desarrollado en artículos anteriores, es importante evitar ver el primer tipo de sensaciones como algo que debemos eludir o bloquear. Para saber más sobre ello, te recomendamos leer nuestro post: No se lo qué me pasa; me siento mal y no sé por qué.
Poniendo nombre a la emoción
El primer paso para empezar un proceso de gestión emocional es estar conectados con nuestro mundo emocional y con las sensaciones corporales que nos genera. El hecho de poder poner nombre a lo que sentimos, ayuda a delimitarlo y a entenderlo mejor, facilitando los siguientes pasos a dar. Es normal no saber a veces exactamente qué nombre poner a lo que sentimos, ya que las emociones frecuentemente se mezclan, llegando a formar sensaciones específicas y únicas cuando aparecen juntas y ante situaciones concretas. También pueden aparecer emociones contradictorias y esto también es algo habitual y normal. Un mismo suceso, pensamiento o recuerdo puede traernos distintas emociones que se contradicen. Y es que, nuestro mundo interior es elaborado, así como es la vida, por lo que no siempre tenemos una respuesta y una palabra concreta, breve y simple ante una sensación corporal.
En estos casos, podemos con paciencia intentar ordenar estas emociones que estamos experimentando. Permitir que surjan emociones que se contradigan y ponerlas sobre la mesa, sin juzgarnos. También podemos buscar qué emociones primarias han generado la sensación actual que tenemos. Como ocurre con los colores primarios al mezclarse, que dan lugar a otro color específico y único. Esto puede requerir tiempo, especialmente si no estamos acostumbrados a conectar con nuestras emociones y ordenarlas.
Las emociones sirven para detectar qué estamos necesitando
Una vez que hemos concretado y entendido un poco mejor qué estamos sintiendo, debemos recordar que las emociones, sean cuales sean, tienen una función, sirven para algo. Es comprensible que nos cueste aceptar este punto, especialmente cuando son emociones que nos generan mucho malestar y con las que llevamos batallando mucho tiempo, queriendo que desaparezcan. Por eso, es importante cambiar la perspectiva y dejar de estar en guerra, pelear con nuestro propio sistema de señales funcionales no va a tener ningún tipo de beneficio, incluso puede estar generando todavía más malestar al no conseguir deshacernos de ellas.
En este artículo, vamos a desarrollar la función de cuatro emociones que nos encontramos frecuentemente dentro del marco de un proceso terapéutico:
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Enfado/Rabia
El enfado/rabia puede aparecer cómo método defensivo, en situaciones y/o con personas que nos están haciendo daño, así como en momentos más subjetivos, dónde algo no funciona como querríamos o no encaja dentro el esquema sobre nosotros mismos o el mundo. Esta emoción nos está recalcando que algo no va bien y nos anima a reaccionar ante ello. Es muy importante poner en manifiesto lo que sentimos con una comunicación asertiva tanto con los demás como con nosotros mismos. En estas situaciones existen dos posibilidades principales de afrontamiento: la negociación o el establecimiento de límites en búsqueda de nuestro bienestar.
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Tristeza
La tristeza nos recuerda qué personas y cosas valoramos. Sin la tristeza, no tendría sentido el apego hacia esos elementos o personas, ya que, al alejarnos, perderlos o tener dificultades con ellos no sentiríamos nada. La tristeza nos avisa de qué se ha producido algo relacionado con éstos que nos genera malestar y nos pide poder cuidarnos. En el caso de conflictos o situaciones resolubles, nos anima a movilizarnos al respecto, pero, en muchos casos no habrá mucho que hacer ante un duelo pérdida real, por lo que necesitaremos tiempo y unas buenas pautas de autocuidado, las cuales empiezan por poder expresarle a otra persona tu malestar y permitirte que te acompañen en el proceso.
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Culpa
La culpa aparece como señal para poder responsabilizarnos de actos o decisiones que consideramos erradas según nuestro sistema de creencias. No obstante, la culpa puede aparecer en situaciones en las que no está tan claro que realmente tengamos que asumir una responsabilidad. Algunas causas de culpa pueden ser el hecho de mirar al pasado con la experiencia posterior y más adulta de nosotros mismos o la forma de delimitar el mundo sintiendo que nosotros controlamos mucho más de lo que realmente hacemos. Entre otras formas de funcionar cognitiva y emocionalmente, estos aspectos pueden estar generando un sentimiento de culpa muy pronunciado y que debemos abordar profesionalmente. Es importante poder entender de dónde viene esa culpa y quedarnos con su parte funcional que nos anima a mejorar en el futuro, descomponiendo la parte que nos destruye y genera mucho malestar.
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Alegría
La alegría también tiene una función. Como se indicaba al inicio de este artículo, normalmente entramos en batalla o nos cuestionamos las sensaciones relacionadas con emociones conflictivas. Sin embargo, damos por hecho las emociones positivas y sensaciones agradables, quitándoles importancia o dándolas por hecho. La alegría como señal emocional, nos recuerda que algo va bien y qué están pasando cosas que nos gustan. En esos momentos, la mejor manera de gestionar esta emoción sería poder pararnos en ese instante presente a disfrutarla y poder anotarnos mentalmente qué cosas promueven estas sensaciones, para en el futuro seguir buscándolas y repitiéndolas, especialmente en momentos en los que nos encontramos mal y necesitamos cuidarnos y mimarnos.
Estas son algunas pinceladas del proceso de gestión emocional que se desarrolla de forma más específica y con más detalle en el marco de un proceso terapéutico, según cada persona y su problemática.
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