¿Qué es el trauma y por qué se está hablando tanto de él?

Como ya os explicábamos hace unos meses en este otro artículo, el trauma no es algo separado de la cotidianidad, ni único de aquellas personas que se han visto expuestas a grandes tragedias. La idea de trauma, que históricamente se había asociado a estos hechos excepcionales ha sido revisada, dado que diferentes personas responden de forma diversa a las mismas vivencias. Esto nos ha hecho comprender que el trauma no tiene que ver con la naturaleza del evento o la situación vivida solamente, si no con el grado de ajuste entre la situación y los recursos personales o sociales que había en ese momento para poder procesar adecuadamente lo sucedido. 

Es decir, algunas situaciones pueden ser traumáticas para algunas personas y para otras no, en función de cómo haya podido enfrentarse a esa situación. Ante una situación muy estresante, que supera nuestra capacidad de gestionar y procesar el cerebro elige siempre, como no podía ser de otra forma, sobrevivir. Para ello, entra en “modo supervivencia” y nos permite transitar, de una forma u otra, una situación que parecía imposible, pero en este transitar deja algunas cosas fuera. Lo que caracteriza este “modo supervivencia”, es que el cerebro prioriza el funcionamiento de algunas áreas cerebrales sobre otras. El cerebro, intoxicado de miedo y estrés es incapaz de generar un recuerdo normal, y en ocasiones llega a conclusiones incorrectas sobre algunos hechos.

Una vez que ocurren una o varias experiencias de estas características el cerebro aprende que estos estímulos son peligrosos, con independencia de que así sea y los estímulos parecidos, también. 

Voy a contaros el ejemplo de la serpiente de plástico, que es una de mis metáforas favoritas para explicar esto en consulta. 

Si estando en la consulta te cae una serpiente de plástico del techo, das un brinco. Antes de dar ese brinco no te planteas que en una consulta de psicología es muy improbable que haya una serpiente, que probablemente sea una broma… Primero brincas y piensas después.

Nuestro cerebro mamífero sabe que las serpientes son peligrosas y tiene sentido que haya aprendido a responder así, pero un cerebro que ha sido expuesto a situaciones traumáticas (que le han hecho entrar en modo supervivencia), puede responder así también a otras situaciones de “plástico”. 

Por ejemplo, si nos mordió un perro podemos tener miedo a cualquier perro, o a cualquier animal, por inofensivo que sea, si sufrimos violencia en una relación sexual puede que seamos incapaces de tener una relación sexual que no nos dispare ese modo “miedo y alarma”, aunque sea un momento deseado. Como trataba de explicar antes, estos aprendizajes también ocurren en relación a eventos no tan terribles o igualmente terribles, pero en menores cantidades. Y es que se puede hacer un agujero en la pared dando un martillazo o dejando caer incansables gotitas de agua. Por ello, también podemos hablar de trauma, por ejemplo, en una relación madre – hijo en la que la madre se desregula y grita cada vez que el hijo hace algo mal. Una madre enfurecida también manda a un cerebro infantil la señal de “peligro” y le puede hacer entrar en modo supervivencia. En este modo, como decíamos, el cerebro no procesa bien y no piensa bien, es fácil entonces llegar a conclusiones erróneas como: “mi madre me gritaba porque yo era muy malo”. Estas creencias, llamadas creencias limitantes, son otro de los grandes síntomas del trauma.

Las cosas en psicología son muy complejas y esto es una sobre-simplificación, pero creo que es suficiente para que podamos compartir una idea general sobre de qué estamos hablando cuando hablamos de trauma.


¿Cómo trabajar el trauma en terapia?

El cerebro que nos ha puesto en este aprieto es el mismo que nos da la pista de lo que necesitamos y es que, a pesar de ponernos en situaciones difíciles, no da puntada sin hilo. 

Uno de los síntomas más frecuentes del Trastorno de Estrés Postraumático son los flashbacks, tanto en estado de vigilia, como en forma de pesadillas. En estos flashbacks no solo se recuerda, si no que se re-experimenta lo sucedido en el evento o eventos traumáticos. 

Tenemos que pensar, que una vez que ha sucedido algo traumático, nuestro cerebro no puede permitirse olvidarlo, es una pieza de información importantísima para nuestra supervivencia y hay un deseo grande de protegernos. En otras ocasiones, el cerebro puede bloquear algunos recuerdos de naturaleza traumática, porque no olvidemos, que aunque pueda hacernos daño, el cerebro primará siempre la supervivencia, pero podemos hablar de este otro mecanismo en otro momento. La pista la tenemos en el primero de los mecanismos.

Entender estos síntomas funcionalmente es relevante para comprender cómo y por qué funciona el EMDR. Además de no querer olvidar algo que es evidentemente muy relevante, este recuerdo, que puede ser muy desagradable, también ocurre desde un cierto conocimiento de que lo ocurrido no ha podido ser procesado. Por ello, el cerebro nos da nuevas oportunidades de revivirlo para tratar de procesarlo adecuadamente. De hecho, en algunas ocasiones, el sistema es suficientemente bueno y aunque en los primeros momentos puedan aparecer estos síntomas, el propio síntoma es suficiente para garantizar la integración. En otras ocasiones esto no es así. 

El EMDR (siglas que en inglés significan Desensibilización y reprocesamiento por movimientos oculares) es una técnica con una amplia evidencia científica, que se basa en efectivamente revivir este recuerdo tan difícil, tantas veces sea necesario hasta que sea adecuadamente procesado. Para que este proceso no sea re-traumatizante, los terapeutas EMDR y la investigación han diseñado diferentes protocolos que facilitan la integración a través de diferentes procedimientos que envían al cerebro la señal de que está suficientemente seguro. A través de diferentes técnicas de estimulación bilateral y de la seguridad propia de un espacio terapéutico, podemos darnos la oportunidad en un entorno seguro, de teniendo, ahora sí, la capacidad suficiente para integrar el hecho traumático, poder revivir la experiencia, para que pueda ser integrada correctamente. 

 

Puedes leer más sobre este tema en el libro: El trauma psíquico es de todos: rompe el silencio (2021) de Begoña Aznárez.