Pedir ayuda

Pedir ayuda

No hace falta poder sol@.

Últimamente he puesto el foco en la dificultad que tenemos algunos adultos para pedir ayuda. Tanto en lo personal como en lo profesional son muchas las veces que escucho a alguien contar un problema y finalizarlo con “pero puedo solucionarlo solo” o “pero bueno, ya me encargaré”.

Muchas veces, veo como padres y madres de niñ@s y adolescentes que acuden a consulta, intentan poder sol@s con sus dificultades, sus miedos y sus problemas. Claro que normalmente lo consiguen tarde o temprano, pero, ¿y si no tuviéramos que hacer todo sol@s?

 

TENEMOS UNA NATURALEZA SOCIAL

Esto quiere decir que, por naturaleza, el ser humano es un animal social. Desde el momento del nacimiento estamos programad@s para crear un lazo emocional con nuestros cuidadores principales. A este lazo que el bebé crea con sus figuras principales se le denomina apego.  A medida que crecemos, vamos ganando independencia respecto a dichas figuras. Sin embargo, mantenemos una necesidad de pertenencia a un grupo de referencia.

Esta necesidad se desarrolla durante la adolescencia de manera más marcada y se mantiene a lo largo de toda nuestra vida.

¿Qué crees que ocurriría si aislamos a un ser humano de otros seres humanos? Seguramente no sobreviviría y, mucho menos, con la calidad de vida que las personas necesitan. Necesitamos de otras personas para sobrevivir al medio y tener nuestras necesidades cubiertas.

 

 

APRENDER A PEDIR AYUDA

En general, tenemos interiorizado que pedir ayuda a otras personas es signo de debilidad. Tendemos a pedir a otr@ que nos acompañe en una tarea o nos escuche cuando llegamos al límite o no encontramos salida. Por ejemplo, cuando nos encontramos ante una mudanza y algun@s amig@s se ofrecen a ayudarnos, solemos rechazar dicha ayuda para “no molestar a nadie”. Los días de mudanza llegan y los niveles de estrés que alcanzamos suelen ser bastantes altos.

A veces no consiste en compartir las cosas cuando ya no podemos más o necesitamos ayuda sí o sí para llevar a cabo una acción o tomar una decisión. A veces compartido sabe mejor. Es decir, si cuando estoy haciendo cajas para la mudanza le pido a un par de amig@s que me acompañen y me ayuden es posible que el rato de empaquetar se convierta en algo agradable y compartido. Por tanto, ayudará a reducir niveles elevados de estrés ante este acontecimiento.

A veces, compartir ciertas situaciones o momentos que generan emociones desagradables, ayuda a que éstas no alcancen niveles muy elevados o, al menos, a poder regularlas a través de la experiencia compartida de las mismas. Lo mismo pasa con las situaciones positivas en las que nos sentimos bien, aunque solemos tener menos problemas en compartir éstas.

¿CÓMO LO HAGO?

Te invito a que pruebes a compartir de vez en cuando alguna dificultad sencilla que  hayas atravesado recientemente. Incluso, si estás teniendo algún problema en la actualidad, te invito a que se lo cuentes a alguien con quien tengas confianza. Puede que no necesites que nadie te guie o aconseje, puedes empezar diciendo que no buscas la opinión de otra persona si no simplemente ponerlo en palabras para desahogarte un poco.

El desahogo emocional tiene un efecto muy placentero. No tenemos que poder con todo sol@s, no podemos negar nuestra naturaleza social. Te invito a que empieces a compartir tanto lo agradable como lo desagradable, compártelo y mira si hay cambios en tus emociones, si se reducen o intensifican.

Por último, me parece importante hacer una llamada a los que sois padres y madres. Recordad que l@s hij@s son prioritari@s e importantes, pero también vosotr@s podéis necesitar ayuda. Si estáis bien, esto tendrá efecto directo e inmediato sobre ell@s y la gestión que hacéis de sus emociones. Así que, no dudéis en compartir las cosas que os ocurren como padres y como personas.